Nos desplazamos hacia los bosques e intentamos conservar pólvora. Nos replegábamos usando rutas conocidas y teníamos la precaución de retirarnos después de atacar a los corruptos antes de que les llegasen refuerzos. Cuando alguien caía, un soldado le daba una puñalada en el corazón para que resucitara más rápido y volviera al combate. Cada vez hay más rencores entre los soldados, pero unos se lo toman como una especie de competición por ver quién evita más muertes y otros derraman la sangre de los caídos para que no sufran y despierten listos para luchar.
Es una auténtica locura. Luchamos contra los corruptos que ahora controlan a nuestros hermanos y hermanas renacidos, a los que masacramos sin dudar para seguir avanzando, arrebatarles brevemente un tramo del camino de los antiguos, purgar esta tierra y pagar por su Azoth con nuestra sangre.
Cuando miro a los corruptos y veo sus ropas de hace un siglo hechas jirones y sus máscaras oxidadas de conquistadores, me pregunto si los colonos de tiempos remotos también pasaron por esto y si su victoria dependió de la corrupción que se extiende como la sangre por la nieve.