El explorador de Rutherford siguió hablando hasta bien entrada la noche, como si su intención fuera transmitir un mensaje de esperanza. Siguió erre que erre con las granjas, las estructuras junto a Cima Quebrada y la civilización del norte. Cuando volvió a mencionar la dichosa iglesia, no pude callarme.
«Así que viste una iglesia, ¿no?», le dije. «Sin embargo, los corruptos no tienen una religión que se parezca a ninguna que conozcamos. ¿Crees que esto significa que se puede razonar con ellos? ¿Que alcanzar la paz será más fácil? Esa iglesia simboliza la brecha espiritual que nos separa, una mucho más ancha que la Gran Grieta. Sabemos que no tienen intención de matarnos, pero ¿quieres que nos conviertan a esa… patraña?».
Señalé la cumbre de Cima Quebrada y la isla separada del resto. «Crees que traes un mensaje de esperanza y que alcanzaremos la paz, pero esa iglesia de la que hablas es la prueba de que no habrá paz hasta que seamos como ellos y compartamos su credo».
No hay esperanza contra los corruptos si lo que los impulsa es una religión retorcida. El hombre había acabado con mi paciencia y no quise decir nada más. Ya volveré a interrogarlo cuando me haya calmado un poco.
-L.G., capitán en funciones