Ha vuelto uno de los exploradores de Rutherford. Es uno de los que se tomaron el brebaje del Lago Luminoso, ese que fortalece el espíritu y reduce el efecto del veneno en las tierras al norte de la Grieta. Había sufrido, pero estaba en sus cabales y, para sorpresa de todos, esbozaba una sonrisa.
«No son como pensábamos», dijo. «Siguen siendo como nosotros. He visto lo que hay al otro lado de las fortificaciones y tienen granjas, aldeas y hasta algo que parece una iglesia en la cima de la montaña».
Los hombres murmuraron con incredulidad, pero yo fui el primero en expresar mi enfado. Me mordí la lengua para que tuviéramos la fiesta en paz, pero sus palabras me pusieron hecho un basilisco. Voy a darme un paseo para reflexionar. Ese explorador es un necio que no sabe lo que dice.
Si aún no hemos perdido esta guerra, la existencia de esa iglesia es la prueba de que ya está sentenciada, por mucho que los soldados sean incapaces de ver la realidad.
-L.G., capitán en funciones
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