He de encontrar mi propia fortaleza…
Juré lealtad al mejor de los reyes. A un hombre fuerte, bondadoso e íntegro. Puse a su disposición mi espada, mi escudo y mi lanza para enfrentarme a sus enemigos cuando el toque de trompeta nos reclamara y su ejército partiera hacia la guerra. Hice de todo, y lo hice con gusto.
Pero, a cambio de mi lealtad, solo obtuve violencia, caos y desorden. Dicen que el reino de Artorius era «la flor de la caballerosidad». Pero aquí, en este lugar abandonado por la mano de Dios, la caballerosidad está muerta. Ya solo queda masacre y destrucción; muertos que se retuercen y reviven una tragedia infinita donde la esperanza de un más allá mejor no existe. No hay justicia divina ni siega de los malvados, solo el castigo que podemos imponer a quienes osan molestarnos.
Los varegos, afligidos por la culpa, lo entienden y buscan el poder por encima de todo. Gracias a su apoyo, he descubierto los movimientos del traidor de Myrddin y llegado a lo que creo que es el origen de su espeluznante arsenal. Tal vez, en este lugar, consiga por fin el poder que necesito para proteger lo poco que le queda a mi pueblo y acabar con aquellos que amenazan nuestra paz, sean amigos nuestros o no.
Solo entonces, cuando el violento filo del hacha del verdugo penda sobre quienes aún quedan, pondremos fin al conflicto de una vez por todas.