Los acantilados esconden un secreto
Hoy he descubierto algo muy extraño.
Mientras exploraba las tierras que hay al norte, me encontré con una cueva. O más bien… una especie de fuerza me llevó hasta ella. De repente, una tormenta me sorprendió sin un lugar donde refugiarme. Mientras el viento ululaba y el frío aire me envolvía, de repente supe que podría resguardarme entre los acantilados. Era como si una fuerza desconocida me hubiera susurrado a través del viento. Allí encontré un hueco profundo en la montaña.
Cualquier otro trotamundos algo más precavido habría esperado en la entrada a que la tormenta pasara, pero el mismo fantasma que me había llevado hasta allí tiró de mi capa de viaje y me invitó a adentrarme en las oscuras profundidades. Lo que encontré me dejó sin palabras.
Enormes máquinas que llevaban mucho tiempo inertes, pero que aún se aferran con fuerza a los espíritus de una época pasada. En mi mente, pude verlas rugir llenas de vida, conectadas no solo a este mundo, sino a todo el cosmos y a la mismísima cuna de la realidad. Ante mí, llenos de propósito y convicción, se aparecieron multitud de lo que parecían ser sus cuidadores.
Y después, ese olor. Una mezcla entre carbón quemado y aroma a azufre, pero con algo etéreo en él, que me condujo hasta el centro, donde había una enorme forja. Allí dentro, oí una voz, más nítida esta vez, que venía no sabía de dónde. Hablaba en una lengua que jamás había escuchado, como el crujido de la madera al arder, y, aun así, sentí lo que quería decirme.
Este lugar guarda secretos. Oscuros. Antiguos. Y serán míos.