El horror de lo que he presenciado...
Que los dioses me perdonen, pues he actuado desafiando su voluntad. En mi fervor, creí que éramos dignos de volver a los lugares sagrados de nuestros predecesores; mas en ellos solo aguarda la muerte.
Cuando entré en la gran pirámide, esa maravilla del dios vivo Sutekh, con la esperanza de poder posar la vista sobre el esplendor de La Enéada, presencié el mayor horror que han visto nunca los ojos de los hombres. Los no muertos aún lo vigilan, no como espíritus o fantasmas, sino encadenados con sus tendones y huesos antiguos. Incluso despojados de carne, pude ver el tormento en sus ojos sin vida, ardiendo con la energía antigua de la creación.
Qué crueles deben de haber sido los dioses para abandonarlos en ese estado de putrefacción, a ellos, los más fieles, que hicieron guardia sobre su reino mientras ellos moraban en la tierra. Señor Sutekh, te lo imploro, concédeme tu sabiduría para que logre entender la necesidad de este destino inmisericorde. Y no juzgues a tu sirviente desobediente con enfado por dudar de la veracidad del decreto de tu faraón.