Lluvias benditas
Nunca pensé que echaría de menos la lluvia del Valle del Pesar. Arenas de Azufre, la bendición de un demonio. El cielo de los alquimistas, decían. Azufre a montones, decían, ¡solo ve a los Charcos de Orcus y sácalo del suelo!
Bueno, pues fui y vi... No sé qué. De seis metros de alto, con forma de hombre, pero agazapado y con cuchillos por dedos. ¡Su pelo eran ramas verdes viscosas, y sus ojos eran como uvas, con los globos oculares amontonados! Y habla con un pico demasiado pequeño para su cabeza. «Carne», dijo.
Con eso me bastó. Rugí y me lancé hacia ello con mi pico, y convertí su racimo de ojos en una pasta sangrienta. Gritó y yo corrí. Como correré hasta volver a las lluvias benditas del Valle del Pesar.
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