Mi ocagua
Ningún hombre puede vender agua. Es un efecto mío, demostrar que se equivocan cuando dicen que un hombre solo puede hacer esto o lo otro. Pero un mercader lo sabe. Entiende a su cliente. Y, cuando lo entiende, ¡cualquier cosa es posible!
Pues bien. Lleno cien jarras de agua, las pongo en el carro, nado por el barro, por la arena, pierdo la mitad de mi cargamento por las serpientes de arena, que Umbria os lleve. Y tras treintainueve días vuelvo a la aldea de Azufre.
Y lo vendo todo. ¡Todo! ¿Cuánto tiempo me lleva? Un día. ¿Solo agua? ¡No! Es hogar. Vendo hogar. Vendo el recuerdo claro de un día de verano. Vendo la canción del arroyo cerca del gran pino, donde lees poesía, ¿eh? Hogar. ¡Y yo, Giovanni, volveré a hacerlo! Mi agua de Ocaso. Mi ocagua.
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