Una carrera infernal
Los cinco empujaron contra las rocas, deslizándose sobre los enormes escudos hacia la arena. Mientras la ola se acercaba, prepararon sus enormes lanzas, cada una unida por un cable a su cintura. Y, entonces, el suelo se abrió.
Lo que vi ese día hizo temblar mi alma. El cuerpo de una sierpe gigante se alzó de las arenas, con las fauces abiertas, su masa infinita bloqueando el cielo. Pero los locos nunca titubearon. Continuaron surcando el precipicio, ajenos al peligro. Llamaron a sus muchos y variados dioses, a Tyr y Ares, a Anhur y Donar, y un grito de júbilo surgió del gentío.
Y me di cuenta de que yo también estaba gritando. No con el éxtasis de la congregación de lunáticos, sino con un terror que iba más allá de la comprensión.
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