De la profeta del desierto, la plegaria de Khnum, página 62
Grité, mas no salió sonido alguno, con mis ojos viajando de figura en figura en la oscuridad arremolinada.
Me rodeaban como una masa de colmillos y garras en la oscuridad. Me tropecé y caí débilmente sobre las arenas ardientes. Mi respiración agitada se me atascó en la garganta.
Algo duro y afilado se deslizó por mi espalda, arrancando la piel como si fuera pergamino mojado. Me quedé sin aliento cuando las criaturas descendieron, cada una más cruel y codiciosa que la anterior. De repente, entre los granos de arena sentí la mano de un niño alcanzar la mía y agarrarla.
Volví a despertar, sobre un altar de piedra toscamente tallado, y mi cuerpo me era al mismo tiempo desconocido y familiar. Mis ropas estaban tan ajadas como papel antiguo y el vello de mis brazos era gris. En mis brazos, un niño lloraba con la voz de un hombre adulto. Su nombre era Khnum, y prometió traer prosperidad.