Una confesión
Mi querida Andrea:
Escribo estas últimas palabras con el corazón en un puño. Esperaba no tener nunca la necesidad de una confesión así. Sin embargo, mis demonios han resultado ser mucho más fuertes de lo que cualquiera de nosotros podría haber imaginado.
Los demás participaron a regañadientes en este plan. Fui yo quien les condujo por este camino deshonroso y les juró guardar el secreto. Tu ira y tu culpa me pertenecen solo a mí.
Esta es la verdad: Nosotros, a quienes se nos había confiado la seguridad de estos ciudadanos evacuados, les hemos estado robando sus bienes para enriquecernos.
Nuestras acciones traerán la desgracia a los pretorianos y a nuestras familias. Lo peor de todo es que te harán daño, querida Andrea. Lo lamentaré eternamente.
No pido que me perdones a mí, sino a mis compañeros. Su error fue depositar su confianza en un canalla como yo. Al final, eso les costó la vida.
En cuanto a mí, mi destino es el que merezco. Me esforzaré por llevarme a tantos legionarios corruptos como pueda. Una pequeña expiación por mis muchos pecados quizá.
Mi único deseo es que el dolor que te he causado se desvanezca tan rápido como mi memoria.
Tuyo con devoción,
Emiliano Malatesta
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