Del diario de campo de Perrin Mercier
No puedo volver a hacerlo. No puedo. Sé que no debo mirar ahí abajo, pero me traicionan los ojos. Y es entonces cuando el corazón se apodera de mí y recuerdo la primera vez que me precipité por ese acantilado.
Incluso solo de escribirlo empiezo a notar ese sudor frío. ¿Cómo se supone que voy a progresar en la noble causa de la sabiduría humana cuando no soy más que un enclenque aterrorizado?
Tal vez debería escribir a Monsieur Heron. Aunque puede que no se digne en dirigirle la palabra a un cobarde como yo.