Del diario de Ignacio
¡Malditos sean estos prisioneros de Nueva Córcega! ¿Acaso no van a dejar de parlotear?
Los legionarios los están atacando con sus hondas. En dos ocasiones vi cómo la piedra golpeaba el hueso. Sonreí al ver cómo los ojos de Rahat perdían el brillo, mas ella volvió de entre los muertos. Yo no soy el cruel, lo es el regalo de esta tierra. Comenzó a hablar de nuevo sobre mi cobardía y barbarie.
Al oír sus insultos, me asomé a la fosa como la sombra de Hades. Dejé caer un barril de mi brebaje «inmoral» y le prendí fuego con una antorcha.
A pesar de los gritos de dolor y el crepitar de la carne quemándose, el precio de una noche de sueño tranquilo fue muy bajo.
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