Del diario de Ignacio
Durante las últimas dos semanas, las cenizas de los muertos no han dejado de apestar a aliento de hidra. Los restos impregnados de aceite siguen despidiendo humo al anochecer.
Mientras admiraba los resultados de mi creación, escuché las protestas de algunos prisioneros de Nueva Córcega. Esos plebeyos hablaron de «guerra ética» y alegaron que el aliento de hidra que preparé y repartí en barriles era cruel e inmoral, tanto en la teoría como en la práctica. Afirmaban que mi creación estaba desprovista de cualquier virtud que los dioses pudieran considerar admirable.
Me reí con ganas de sus balbuceos sin sentido y les recordé a esos socráticos ignorantes que solo hay dos verdades sobre la «ética de la guerra». La primera es que quienes tienen el poder y no lo usan son unos necios. La segunda es que quienes sucumben ante tal poder y musitan sus quejas con labios quemados y yertos se merecen tan cruel destino.
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