Aparecieron más luces de entre las olas. Pronto, las aguas poco profundas se llenaron de esturiones enjoyados, tantos como las estrellas del cielo nocturno. Todos hablaron al unísono con una voz tan profunda como el mar:
«Por tu espíritu generoso, puedes pedir un tercer deseo». El pescador pensó, hasta que la niebla se despejó y la luna se elevó en el cielo. Pacientemente, los numerosos esturiones esperaron.
«Deseo la muerte», dijo el pescador. «Soy viejo, y el siguiente paso me espera».
Nadie volvió a ver al pescador. Solo dejó atrás su barca, su caña y una única escama de pez que se deshizo en polvo brillante con el amanecer.