En un país de prodigios, un pez parlante no es digno de mención. Pero algo en las escamas deslumbrantes y en los ojos dorados del esturión hizo reflexionar al pescador.
Se inclinó y respondió: «¿Me guías a casa?». El esturión se dio la vuelta y comenzó a nadar lejos. El pescador remó tras él. Siguió su rastro luminoso hasta la orilla.