Me siento idiota escribiendo esto.
Después de la cena, guardé las espinas del esturión. Hasta la última. No eran doradas, como en los cuentos de hadas. Pero, de todos modos, las puse en un cuenco, vertí agua de mar sobre ellas y pedí un deseo.
Me he levantado esta mañana y mi barco sigue perdiendo agua. Estúpida historia. Al menos, he conseguido una comida caliente.