Recuerdos de la eternidad

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Mi primera vez entre las flores

Recuerdo el día en que vi una por primera vez. Fue en una noche en que el Sol y la Luna, concentrados en su infinita danza por todo el firmamento, se dividen a partes iguales el eterno cosmos, cuando escudriñé las flores sagradas entre el cáñamo, resplandecientes como la luz de la luna a la que baña el ocaso. Cuando cogí una, aún húmeda por el rocío de la mañana, me regaló una visión de lo que hay más allá de lo que los ojos alcanzan a ver. A mi alrededor, pude vislumbrar la telaraña del destino extendida ante mí, innumerables hileras luminosas que se entrelazaban las unas con las otras, cada una de ellas reflejo de una vida de sabiduría y experiencia, de amor y de lamento. Mientras observaba el interior de todas ellas con la mirada puesta en las historias que contaban, una extraña onda fluctuó por la red. Alcé la vista hasta el centro, donde divisé una peculiar criatura: una araña negra como el carbón con el rostro de un hombre. Estaba contemplando al laborioso tejedor mientras emprendía su tarea cuando sus ojos se fijaron en mí. Le pedí que me contara las historias más hermosas e interesantes que haya oído el mundo, y su sonrisa me desarmó. Dijo que hay algunas cosas que van más allá de la lógica humana y que, cuando despertara, todo lo que había visto allí sería un sueño. La visión se me nubló y una vez más allí estaba, en mitad de los campos con solo unos vagos recuerdos de las innumerables maravillas que pude contemplar entre las telas de esa criatura.