El brillo en sus ojos...
Casi ha llegado la hora. Lo presiento. El otro día, me encontré con un grupo de caballos salvajes en los pastos. Junto a ellos, vi una yegua esbelta, con su crin blanca al viento que le llegaba casi hasta las rodillas. Cuando se separó del resto para beber de un estanque cercano, nuestros ojos se encontraron. En su mirada no vi ni miedo ni desconfianza, sino la curiosidad penetrante de una igual.
Me atreví a acercarme con la sabiduría de fracasos pasados olvidada por un abrumante sentido del destino. Al acercarme, ella se encabritó, poniendo a prueba mi convicción, mientras golpeaba la tierra con sus pezuñas. Le mantuve la mirada, parando solo un momento para que su aprehensión disminuyera. No me atrevía a apartar la mirada, pero podía sentir mis botas hundiéndose en el barro al acercarme. Pronto, todo lo que podía ver eran sus ojos brillantes, como dos ágatas en el calor del mediodía.
Le susurré palabras reconfortantes en mi idioma nativo y me acerqué para tocar su crin. Aceptó mi mano, permitiéndome que pasara los dedos por sus rizos. Durante un momento, fuimos un solo corazón. Entonces, de repente, sus orejas comenzaron a moverse hasta apuntar hacia la línea de árboles. Relinchó, sudando a causa del miedo, a pesar de mi consuelo. No había más que pudiera hacer para calmarla y, un instante después, se retiró con el resto de su manada.
No me atreví a quedarme ahí a saborear esta pequeña victoria. La fuerza malévola que interrumpió nuestra ensoñación seguía acechando en algún lugar de los bosques.
-Jochi
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