Ojalá la roca brillante no hubiera llamado nuestra atención, pero ya es demasiado tarde. Ahora estamos aquí, y unas fieras cuya existencia desconocíamos nos recuerdan que somos forasteros en esta isla. Cuanto más avanzamos hacia el norte, más salvajes y esquivas se vuelven las personas y las bestias.
Nuestros problemas empezaron cuando, al investigar el suelo del camino, Dunne encontró unos trazos de la roca que brilla como si hubiera estrellas en su interior. Como el mineral estaba por todas partes, pasamos días buscando una veta con la intención de extraerlo. Naturalmente, teníamos miedo de que el ruido de los picos despertara a los corruptos de la Grieta, pero nuestro infortunio fue otro.
A medida que íbamos sacando la «roca estelar» y cargándola en las carretas con destino al puesto remoto, nos dimos cuenta de que cada noche hacía más frío que la anterior. Sabíamos que no debíamos ir hacia el sur y el este debido a los osos, pero no contábamos con la llegada repentina del invierno. Dunne decía que había visto unos lobos que no aullaban ni se movían como ningún otro lobo. Según su descripción, parecía como si estuvieran cubiertos por un manto de escarcha.
-J. Lipscomb