Crónica de la compañía de Merchand
No he pegado ojo. He sentido que algo nos observaba mientras acampábamos debajo del árbol. Sin embargo, el amanecer de un nuevo día trajo consigo alivio, disipó mis miedos y me regaló una gran satisfacción: ¡La humillación de Merchand!
No puedo expresar con palabras el placer que me da escribir esto: vi a Merchand y a sus hombres intentando talar el árbol, primero de uno en uno, luego por parejas y finalmente seis a la vez. ¡El tronco ni se inmutaba! Merchand, con la cara completamente roja, intentó echarlo abajo con improperios y se puso a darle golpes con el destral y la espada, pero sus esfuerzos fueron en vano.
Habría soltado una carcajada si no lo hubiera visto tan enfadado. Además, la inquietud con la que comencé el día se intensificaba a medida que caía la noche, así que opté por morderme la lengua. Para colmo de males, me percaté de que Merchand no tenía ninguna intención de irse, ya que seguía a lo suyo bajo la luz de la luna y la del propio árbol.
Me dio la sensación de que la luz azul del árbol brillaba más fuerte con cada golpe, como si estuviera oponiendo resistencia. Puede que solo se tratara de un efecto óptico, pero parecía emitir un destello con cada embestida, como si de un corazón palpitante se tratase. Escudriñé la oscuridad creciente al otro lado del árbol y no vi más que los faroles azules encendidos, pero algunos parecían moverse como si alguien los llevara en la mano.
¿Qué clase de personas llevan una llama de Azoth a la altura del pecho?
- «Merchand el magnífico» (crónica de Yorke)