Carta de Bertand
Merchand y su grupito de borrachuzos estaban otra vez en la posada disfrutando de la admiración del público y narrando las hazañas inverosímiles de turno. Eso sí, con tanto ímpetu que podrían haber atraído a todas las bestias a una milla a la redonda hasta las murallas… o haberlas espantado, lo cual sería un detalle en una noche como esta. Se hacían llamar «la compañía pionera de las costas de Aetérnum», aunque yo creo que «la compañía más ebria» habría sido más apropiado.
Se pusieron a contar las historias de siempre, de todo el Azoth que habían encontrado y la cantidad de mustios a los que habían aniquilado en el viaje de ida y vuelta a la Grieta, que debieron ser tres a juzgar por las recompensas que han cobrado. De repente, los gritos y las fanfarronerías de los presentes dieron paso a una conversación sobre quién podía talar un árbol más rápido, así sin más.
Sin pensar en las consecuencias, un tipo dijo que conocía un árbol de Azoth que nadie podía tumbar.
El silencio se hizo en la posada y Merchand le exigió que le dijera dónde estaba. El hombre, visiblemente arrepentido por haber sacado el tema, explicó que creía haberlo visto en el extremo oriental del Bosque Luminoso. Sin embargo, no siempre había estado allí, sino que había brotado de la tierra poco después de la noche de los faroles azules. Muchos de los presentes lo consideraron un mal augurio.
A Merchand, por su parte, parecía gustarle la idea, quizá porque pensó que el árbol sería presa fácil. Dijo que iban a salir inmediatamente y que, para mantenerse «fiel a su palabra» (es decir, fiel a sus exageraciones y sin más testigos que sus «pioneros»), lo talaría y traería la madera para apuntalar las paredes.
Ya ha pasado una semana desde que se fueron. Algunos han hablado de organizar una partida para buscarlos, pero de momento nadie ha dado un paso al frente.
- Bertand
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