¡He descubierto algo! Y solo yo sé de su existencia.
Esta última fórmula funciona, estoy seguro. Pero, sin un sujeto con el que experimentar, no me queda más remedio que probarla en mí mismo.
Si es necesario, que así sea.
Procedo a describir mis síntomas, aunque creo que no servirá de nada. No sufriré la corrupción, pero sé que he firmado mi sentencia de muerte. Siento cómo la sangre recorre mi cuerpo hasta el último recoveco, y también siento el estallido de cada arteria. Veo mis ojos inyectados en sangre al observar mi reflejo en las aguas del lago, y no sé cómo he llegado hasta su orilla… o si me lo estoy imaginando.
No voy a rendirme. Este es mi hogar. Aquí murió mi familia. No moriré con ellos.
Mi trabajo perdurará. Yo perduraré.
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