Día siete de nieve
En el día siete de la nevada, algo suave golpeó mi puerta. Me senté, respirando, pues temí que hubieran venido el teniente Hadar y su cara de cerdo a arrastrarme de vuelta al infierno del que hui.
Pero era una dama con el pelo negro azabache, que le caía hasta una delgada cintura. Su piel era blanca como la nieve. Solo llevaba zapatillas e iba envuelta en lino blanco. Mas no la toqué, no este día, lo juro sobre hierro helado.
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