No me enorgullezco de lo que sucedió a continuación, pero esto no debe tomarse como una confesión. Rolfe se negó, no quería separarse del Azoth que llevaba. Le expliqué, largo y tendido, que estaba seguro de mi descubrimiento aunque carecía de los medios para probarlo con el obelisco central, pero que con su colaboración podríamos esclarecer los secretos de la cultura que nos había precedido.
Se agitó y dijo que se iría al amanecer, que regresaría a la casa de Renee y se refugiaría donde la francesa, y que se llevaría el Azoth con él. Me habló de unos peligros indescriptibles que sucederían si proseguía con mi labor, hasta que me cansé y le dije que no deseaba oír más.
Llegados a este punto, le ordené que se separase del Azoth una última vez. Negó con la cabeza y, antes de que pudiese dar voz a su rechazo, yo ya le había clavado la navaja en la garganta. Sabía que no le mataría, pero su cuerpo ya no me servía para nada. Lo que necesitaba era lo que llevaba. Si quería irse, que se fuese. Sus otras pertenencias se quedarían, por si volvía a enfrentarse al viaje. Solo me llevé el Azoth y me prometí que, si nuestros caminos volvían a cruzarse, le recompensaría por su uso, en caso de que Aetérnum le despertase de igual manera que había hecho con otros.
Tengo un solo intento, y lo llevaré a cabo en el pináculo central.
-Grenville
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