3 de enero. Últimamente me encuentro sentado al piano, aunque mis dedos no llegan a tocar las teclas. De todos los objetos que rescaté del naufragio, este ha resistido la erosión del tiempo, mientras que las demás cosas de mi vida no lo han conseguido. Al enterrar a Charlene y a Etienne, sentí como si enterrase una parte de mí. No queda nada por lo que luchar, esta isla ya no me depara nada. Incluso la presencia del puesto remoto más cercano me resulta irritante. El incesante tráfico de mercancías y animales que va y viene por las carreteras, repartiendo y dividiendo todo lo que escarban y sacan de la isla.
Debe de haber más, debe de haber alguna otra cosa en la que pueda centrar mi atención. Temo acabar viviendo aquí para siempre y sin ningún propósito. No sé por qué la isla no despertó a mi mujer y a mi hijo al igual que hizo con tantos otros. Tal vez se habrían cansado de vivir aquí. Se habrían cansado de mí y no verían futuro alguno.
Puede que nunca llegue a saberlo. Aunque una cosa sí sé: si no sereno mis incontrolables pensamientos, tal vez acabe encontrando el mismo camino que ellos.
R. Grenville
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