Hallado en la mesa de la oficial en Ocaso
Veintitrés de septiembre, creo.
En cuanto pisé Ocaso, supe que había encontrado el paraíso. ¿Cómo voy a regresar al infernal desierto de Arenas de Azufre sabiendo que esto está aquí? En aquel preciso momento decidí que abandonaría la legión. Solo tenía que esperar a que el legionario Carolis me delatase, lo que terminó ocurriendo, gracias a los dioses.
Mi afecto por los colores del otoño sigue vivo como el primer día, pero me da la sensación de que me he quedado atascada, de alguna forma. Como la propia estación, me encuentro en una transición, esperando un invierno que nunca llegará. Además, he empezado a notar un cambio en los lugareños, un vacío en su mirada.
Ayer salí y los vi a todos con el aspecto de los muñecos de un titiritero errante. A continuación, empecé a notar el peso del cielo sobre mi cabeza en forma de una miseria acuciante. Volví al ayuntamiento y, sinceramente, me da miedo volver a salir.
Sé que el legionario Carolis diría que estoy sufriendo una maldición por traicionar a la legión. No sé si será eso o una racha de mala suerte, pero no voy a salir del ayuntamiento por el momento, si puedo evitarlo. Espero que el pueblo no se vuelva en mi contra.