Post mortem
Dos años después, desenterré su ataúd para confirmar su destino. Nadie duraba tanto. La mayoría se convierte al año, sucumbiendo a la locura de haber sido enterrado con vida. Yo luchaba contra mi propia locura. Emilia me visitaba en sueños, como perdida, como corrupta, como espía. En mis peores pesadillas, era mi hija. Cuando salieron los clavos, abrí la tapa.
Vacío.
¿Había escapado? ¿La habían rescatado? ¿Se había convertido en un espíritu vengativo, o algo peor? Sabía que nunca me perdonaría. Yo tampoco lo haría. Han pasado diez años y solo conozco la desesperanza. El miedo me empuja adelante, pero no me deja vivir.
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