Diario de la timonel Keyes
Lo que debía ser una alegre reunión me causó inquietud. La hoguera de la Montaña de los Tejedores no pertenecía a ningún nativo de la isla, sino a Isabella y su tripulación. Al principio, nuestra tripulación dio vítores y saludó de forma efusiva a nuestros compañeros desaparecidos, pero el ambiente no tardó en enrarecerse. La capitana Isabella exigió saber dónde habíamos estado, la posición de nuestro barco y los lugares de la isla que habíamos visitado. Estas preguntas no eran inusuales, pero el tono en el que habló era más propio de una acusación.
Le pregunté qué había sido de su nave y de la Santiago, pero confesó que no sabía nada de esta última y que tampoco la había buscado... Me di cuenta de que tampoco había buscado su barco. Observé la salud y disposición de sus hombres, lo que no hizo sino aumentar mi preocupación. Muchos parecían demacrados, hambrientos y extenuados por lo que debían de haber sido días enteros de marcha sin descanso..., pero sus expresiones dejaban entrever algo aún más desagradable. Incluso los viejos amigos de nuestra tripulación parecían reacios a hablar con nosotros.
Eran pocos los que habían vivido para alcanzar las costas de Aetérnum. Nos hemos ofrecido a compartir con ellos nuestras provisiones, pues es evidente que hemos tenido más éxito que ellos con la caza.
Keyes, timonel de la San Cristóbal