La carta está manchada de agua salada.
Primero perdimos de vista la Santiago. Tememos que ya se halle en el fondo del océano, aunque no vimos ninguna señal de sus faroles entre las enormes olas que zarandeaban nuestro barco. Solo Dios conoce su destino y el de la San Cristóbal. Estamos luchando por nuestras vidas y puede que no sobrevivamos a la noche.
Pese a todo, pude oír una risa procedente de las cubiertas inferiores. Era el hereje, riéndose... ¿De qué? Eso lo desconozco. Él arrastró a Isabella hasta este infierno, y nosotros fuimos lo bastante insensatos como para seguirla.
- F.