Esta carta se ha borrado con el paso de los años
El día en que la expedición debía partir, descubrí lo que Isabella había utilizado para negociar. Estaba encadenado bajo la cubierta de la Santa María de la Consolación... Un hombre mugriento y encorvado, con una larga barba y ojos que refulgían como ascuas en las cuencas de su rostro. Llevaba grilletes de hierro en las muñecas y tobillos, a pesar de que no había donde huir..., salvo que quisiera arrojarse por la borda y ahogarse.
Isabella había liberado al hereje de la celda de la iglesia. Este... hombre..., si es que se le puede llamar tal cosa, sería nuestro guía... De haberlo sabido, jamás me habría embarcado. Temo el destino al que pueda conducirnos con sus palabras... Al fondo del mar, o peor aún, al infierno. Sea cual sea ese lugar, estará lejos de la gracia de Dios, de eso no me cabe duda.
Más adelante supe que la Señal Roja había intentado sonsacarle al demente el paradero de la isla del Azoth en numerosas ocasiones, pero él dijo que solo se lo mostraría a Isabella... «Ella debe ser la capitana», se limitó a decir. Hazlo y te mostraré el camino hasta Vitae Aetérnum. Es el precio del diablo, e Isabella lo ha pagado.
- F.